La isla de Jeju en Corea del Sur ha estado marcada durante siglos por la tradición de las haenyeo. Se trata de mujeres que, con sus pulmones como único recurso, se sumergen en el océano para obtener alimento y sustento para sus familias. Este oficio, que transformó la economía insular y dio forma a una cultura matriarcal única, hoy enfrenta la amenaza de la desaparición en medio de la modernización y el turismo masivo. ¡En Con K de Kpop te contamos más sobre esta tradición!
Los orígenes de las haenyeo
En Corea del Sur, el mar siempre ha representado una fuente vital de sustento, especialmente en Jeju, donde se desarrolló un modelo singular. Y es que, a partir del siglo XVII, debido a las guerras, migraciones y cargas impositivas, fueron las mujeres de la isla las que asumieron la práctica de la pesca submarina.
Con el tiempo, las buceadoras se convirtieron en emblemas sociales y económicos, formando un raro modelo de comunidad matriarcal poco extendido en la sociedad asiática del momento.

El aprendizaje comenzaba en la niñez, primero en aguas poco profundas junto con las abuelas y madres. Este entrenamiento permitía que, una vez alcanzada la madurez profesional – entre los 40 y 50 años – estas valientes mujeres pudieran descender hasta 20 metros de profundidad y sostener la respiración durante un minuto en repetidas inmersiones.
Un trabajo duro y al límite
Con jornadas que combinaban de cinco a siete horas de buceo, estas mujeres se enfrentaban a menudo a aguas heladas y riesgos como redes fantasmas, descompresiones e, incluso, tiburones. Este exigente oficio les trajo reconocimiento, pero también graves problemas de salud: pérdida auditiva, dolencias crónicas o presión arterial.
Este oficio tiene también una fuerte carga espiritual. Así, antes de sumergirse, estas mujeres dedican plegarias a las deidades marinas para que las protejan, como a Yeoungdeung Halmang, la diosa de los vientos. Además, tras cada inmersión emiten el conocido como sumbisori, un silbido único que no solo ayuda a regular sus pulmones, sino que también permite avisar a sus compañeras de que están a salvo.
Y, por su fuera poco, la labor de las haenyeo no terminaba en el océano. De esta forma, trabajaban también la tierra de la isla, cultivando campos familiares y sosteniendo a sus comunidades en un equilibrio constante entre labores marinas y agrarias.
Una historia de resistencia
La labor de las haenyeo nunca estuvo alejada de las tensiones sociales y políticas. Durante la dinastía Joseon, fueron relegadas al estatus más bajo por razones de género y clase. Esto se endureció aún más durante la ocupación japonesa (1910-1945), durante la cual fueron explotadas como mano de obra, obligadas a emigrar o a entregar una parte significa de sus ganancias al gobierno colonial.
Esto las llevó a protagonizar uno de los levantamientos más importantes contra Japón en 1931 y 1932. Miles de mujeres se lanzaron a las calles de Jeju para protestar contra abusos e impuestos injustos, convirtiéndose en el mayor movimiento de resistencia femenina profesional de la historia del país.
Esta herencia rebelde las convirtió además en un símbolo de independencia frente al patriarcado dominante en el continente. Esto llegaba hasta el punto de que, en Jeju, muchas comunidades celebraban más el nacimiento de una niña que de un niño, ya que estas representaban una inversión a largo plazo: las mujeres eran proveedoras, mientras que los hombres se limitaban con frecuencia al cuidado de la familia.

Desafiando a la ciencia
En el siglo XXI, su historia ha despertado también el interés científico. Así, gracias a numerosos estudios genéticos, se ha demostrado que estas mujeres poseen adaptaciones fisiológicas únicas: un corazón que les late en una frecuencia más alta que la habitual, variantes genéticas que parecen protegerlas contra la hipertensión o una sorprendente resistencia al frío.
Estos hallazgos han permitido explicar así su increíble capacidad para seguir buceando incluso pasados los 80 años de edad. Además, los científicos plantean que estas variantes genéticas podrían servir en el futuro para diseñar terapias dirigidas contra enfermedades cardiovasculares, hipertensión o problemas vasculares crónicos.
En este sentido, las haenyeo se han convertido en un puente entre lo ancestral y lo moderno, como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad reconocido por la UNESCO en 2016 y como posible clave para mejorar la salud global.
Un legado en peligro
Sin embargo, el futuro de las haenyeo es incierto. Así, mientras que en los años 60 existían más de 30.000 buceadoras activas en la isla, hoy apenas quedan unas 3.500, la mayoría mayores de 60 años. La dureza del oficio, los riesgos físicos y la transformación económica hacia el turismo han acelerado su declive.

Pese a las ayudas estatales, el respaldo de cooperativas y su reconocimiento por la UNESCO, el relevo generacional es casi inexistente. Esto ha llevado a algunas mujeres a dar una segunda vida a la tradición, combinando la labor submarina con restaurantes que ofrecen únicamente los productos que ellas recolectan.
Por ello, contemplar el final de las haenyeo no significa solo perder buceadoras, sino también borrar un modelo único de organización social. Además de un conocimiento ecológico ancestral y un patrimonio vivo de resiliencia femenina.
Más allá de sus fronteras
La posibilidad de que esta tradición se extinga en una o dos décadas es real. Pero las haenyeo ya han dejado huella no solo en la historia coreana, sino también en la memoria de la humanidad. Así, su herencia se proyecta más allá de la isla de Jeju, convirtiéndose en inspiración para debates sobre género, ecología y ciencia alrededor de todo el mundo.
A ese resurgir del interés global se suma además la cultura popular. K-dramas como De vuelta en Samdal-ri o Si la vida te da mandarinas – este último protagonizado por la famosa idol y actriz IU – han dado una nueva visibilidad a la figura de las haenyeo. Así, esta ficción ha permitido presentarlas al mundo no solo como trabajadoras del mar, sino también como depositarias de una identidad cultural en peligro.
Su futuro dependerá ahora de la acción conjunta de Corea, organismos internacionales como la UNESCO y las propias comunidades de Jeju. Lo esencial será plantear su preservación no como una atracción turística o un espectáculo, sino como un verdadero patrimonio vivo que combina cultura, ecología, historia y ciencia.











